sábado, 13 de febrero de 2010

Dr. Naki: Transplantes y política: la increíble historia del ayudante del doctor Barnard









En 1967 un médico desconocido en un país semidesconocido realizó el primer trasplante de corazón. En el segundo puso un corazón negro en un hombre blanco. ¡Escándalo!! El Apartheid recibió un golpe casi mortal
Christiaan Neethling Barnard nació el 8 de noviembre de 1922 en Beaufort West, Sudáfrica, hijo de Adam Barnard y Elizabeth de Sewart. Su padre era misionero de la Iglesia Reformada de Holanda. Nadie lo ha dicho, pero es importante decirlo: la familia Barnard es boer, es decir Afrikaner. El afrikaner es el hijo de Dios, un hijo de la raza elegida: la raza blanca.
Y aunque en la mayoría de las biografías de Christiaan se dice que asistió a escuelas selectas, antes de acceder a la universidad, lo cierto es que no. Su padre no tenía más recursos que los de su servicio a su parroquia, en una zona no privilegiada, situada al sudoeste del país. Christiaan tenía que caminar seis kilómetros para asistir a la escuela.
Barnard ha repetido muchas veces que él nació junto a los negros y se educó en una escuela con mayoría de niños de color, en la región desértica de Karroos, y concurría a los servicios religiosos que dirigía su padre para la población negra. Muchas veces lo ha recordado: él y su progenitor eran los únicos blancos en una feligresía de color, y aunque en principio regía la segregación, la ignorancia, la pobreza y las necesidades vitales hacían que todos fueran iguales y los Barnard no se sintieron nunca ni discriminados ni discriminadores, dentro de una creencia calvinista blanca. Paradójicamente, la miseria ha sido la mejor fórmula de la integración racial y humana.
Entrando en las páginas de su historia escolar y universitaria, sigamos diciendo que hizo sus estudios en la Universidad de Ciudad del Cabo, donde se graduó como médico en 1948. Estuvo un tiempo en Ceres como médico de familia, pero la escasez de medicinas, de agua potable, alimentos y de todo, le obligó a dejarlo. Se sabe que atendía por igual a gentes de todas las razas, porque allí había blancos, ‘ coloured’ (mestizos), asiáticos y africanos.
En 1953 terminó su doctorado en medicina en la misma universidad, por supuesto para blancos. Afortunadamente para él ese año se promulgó la Bantou Education Act, ley racial que ponía a todos los africanos bajo el control del Ministerio de Asuntos Indígenas, aunque por allí no había sino estudiantes blancos. Y sin quererlo, el ‘ legislador’ afrikaner, igualó en cierto modo a todos. La diversidad, excepto la que mantenían algunos colonos boers, era irrelevante
En 1956 comenzó su aprendizaje como cirujano cardiotorácico en la Universidad de Minnesota, Estados Unidos, con una beca de dos años. Y eso fue muy importante para él. Fue alumno del prestigioso doctor Owen H. Wangeteen, quien le introdujo en la ciencia cardiovascular, mientras el doctor Shumway le familiarizaba con la técnica de trasplantes de corazón en animales y en 1958 recibió el Master de Ciencia de la Cirugía, tras su tesis titulada ‘ Los problemas de la fabricación y pruebas de la válvula prostética’ (para sustituir válvulas que no funcionan).
Y el mismo año el de Doctor en Filosofía, por ‘ La etiología de la atresia congénita intestinal’ (oclusión de un orificio del cuerpo humano), que hoy se pueden encontrar ambas en la biblioteca de esa universidad. Al regresar a su país estaba bien preparado y durante varios años practicó trasplantes con perros.
Al comenzar la década de los 60, Barnard se desempeñó como jefe del departamento de cirugía cardiotorácica en el hospital Groote Schuur, donde su hermano menor (antirracista militante) era jefe del equipo de trasplantes. Al mismo tiempo, ocupaba el cargo de profesor asociado en la Universidad del Cabo, donde realizó labores asistenciales, docentes y de investigación. Allí coordinó los trabajos para lograr una de las unidades de cirugía cardiaca más sobrias y eficaces a nivel internacional, independiente y sin apoyo estatal.
Ya su habilidad como cirujano era proverbial en el hospital y fuera. Su vocación eran los trasplantes y para conocer de cerca lo que se hacía fuera hizo un viaje de estudios por diversos laboratorios del extranjero. El origen de esa vocación irreversible le nació al parecer de la enfermedad cardiaca de uno sus cuatro hermanos, que murió a los cinco años, tras grandes sufrimientos, lo cual le causó una impresión dolorosa imborrable.
Y volvió a su país con un pensamiento casi fijo: lograr un trasplante que permitiera al enfermo ser operado y sobrevivir. Quería demostrar que eso era posible. Para ello formó un equipo que se llamó simplemente ‘ Barnard’ y se puso al frente del mismo, asumiendo él, personalmente, cualquier responsabilidad.
El Dr. Barnard impacta al mundo con un trasplante de corazón
Apoyado en el conocimiento y estudio de todas las técnicas quirúrgicas para trasplantes que hemos detallado, así como en el ejemplo que otros muchos le dieron en la historia, fue el primero en lograrlo, pero no en intentarlo. Barnard adaptó con maestría, la tecnología y farmacología médicas de la época. Christiaan Barnard sorprendió al mundo el 3 de diciembre de 1967, cuando trasplantó un corazón a un paciente de 54 años de edad. La intervención se llevó a cabo en el Hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. La donante, una joven de 25 años, Dense Darvall, había sido atropellada por un coche al cruzar una calle de Ciudad del Cabo, donde trabajaba como oficinista. Sufría politraumatismo y lesiones cerebrales masivas.
Ante la inminencia de la muerte de la donante, que permaneció sin actividad electrocardiográfica por cinco minutos, sin movimientos respiratorios ni reflejos, se procedió a conectarla a un oxigenador portátil. Se inició el bypass (‘ puenteo’ o técnica de derivación cardiaca) y el enfriamiento de la donante hasta que el corazón alcanzó una temperatura de 16ºC. Se retiró el corazón con la técnica de Shumway en aproximadamente dos minutos, etc...
Simultáneamente, el receptor Louis Washkinasky, se encontraba bajo efectos anestésicos en la sala contigua, conectado a la máquina corazón-pulmón. El tiempo entre la interrupción de la perfusión (ventilación/aspersión) en la sala del donante y el reinicio de la misma en la segunda sala fue de cuatro minutos. Las anastomosis (uniones quirúrgicas, suturas) se efectuaron con seda, inicialmente en la aurícula izquierda y después en la derecha, en la arteria pulmonar y en la aorta.
Después de 196 minutos de perfusión, con una temperatura esofágica de 36°C, se realizó una descarga de 35 joules (unidad de trabajo), lo que permitió coordinar las contracciones ventriculares. El bypass (inventado por el genial y malogrado médico argentino René Favaloro) fue interrumpido a las tres horas y 41 minutos, cuando la presión arterial sistémica era 95/70 mm/Hg, la presión venosa de 5 ml. de solución salina y las contracciones cardíacas adecuadas. Después de extraer la cánula, suturar el pericardio y lograr una adecuada hemostasis (cicatrización), se repararon la aorta y el esternón, así como los tejidos anteriores y la incisión inguinal (canal inguinario). Finalmente, Louis Washkinasky, receptor del corazón transplantado, fue conducido a la sala de recuperación, con ventilación mecánica por tubo nasotraqueal y un tubo de drenaje mediastinal de 24 F.
Para evitar el rechazo del órgano se usó una combinación de irradiación local, hidrocortisona, azatioprina, prednisona y actinomicina C, y con el fin de reforzar las condiciones de esterilidad, se llevó a cabo un estricto control microbiológico del paciente, del personal en contacto con él, de las habitaciones y del instrumental. No obstante la meticulosidad en la aplicación de la técnica y las precauciones tomadas, Washkinasky murió 18 días después de la cirugía debido a una neumonía. Como receptor Washkinasky, hombre corpulento, de 53 años, comerciante, con un irreversible problema cardiaco al que se unía una diabetes aguda y una miocardiopatía (enfermedad del músculo cardíaco), estaba consciente de su estado y era un optimista incurable.
La operación la llevó cabo un equipo de 20 cirujanos (19 blancos y uno negro) y el brazo izquierdo de Christiaan fue su hermano menor, que luego había de dedicarse a la política anti-Apartheid, saliendo bastante malparado, siendo el brazo derecho el Dr. Hamilton Naki, encargado de la difícil tarea de retirar el corazón de la donante, Dense Darvall, y preservarlo con cuidado y mimo hasta implantarlo.
Las asistentas aún recuerdan la delicadeza y técnica perfectas con las que Naki limpió el órgano de todo rastro de sangre para implantarlo en el pecho de Washkinasky. Barnard dijo lo siguiente de Hamilton Naki, el humilde autostopista negro, ‘ ...tenía mucha mayor pericia y pulso de los que yo tuve nunca. Era uno de los más entendidos en el campo de los trasplantes de todos los tiempos y habría llegado muy lejos si no fuera por las malditas leyes raciales del Apartheid.
Ya derrotado éste, en 2002, al recibir la Orden de Mapungubwe junto a Nelson Mandela, Naki, el héroe clandestino de la cirugía sin fronteras, dijo:’ ahora puedo alegrarme de que todo se sepa. Se ha encendido una luz. Ya no hay oscuridad’ . Hasta su muerte sobrevivió con una modesta pensión de jardinero.
Respecto a Washkinaski, después de la operación, el Dr. Barnard se expresó así: ‘ imaginen ustedes por un momento un hombre solo, en la orilla de un río sucio en que nadan cocodrilos. De repente llega un león rugiendo que se le acerca amenazador. El hombre no puede defenderse de la fiera sin armas y su fin anunciado es el de ser devorado.
Únicamente le queda lanzarse de inmediato al río y nadar hasta la orilla opuesta, burlando a los cocodrilos, cosa que hace vestido y todo... Ese hombre se llama Washkinaski. Si se salva o no, está por verse, pero por lo menos ha aceptado esa única probabilidad’ . Hubo un célebre periodista que comparó este primer trasplante al primer viaje lunar, para disgusto de los que planearon la Misión Apolo del presidente Kennedy, que había costado tantos millones.
El Dr. Blaiberg, un corazón negro en un pecho blanco, en los días Apartheid.
No habían transcurrido dos semanas después del primer trasplante, cuando Barnard realizó un segundo intento, porque se daban óptimas condiciones, no por batir récords. Su paciente, el doctor Philip Blaiberg, dentista, sobrevivió año y medio con su nuevo corazón. Fue la primera persona que salió con vida y sonriendo de un hospital sudafricano o no, tras someterse a un trasplante cardíaco. El corazón del negro Clive Haupt, latió 563 días y noches en el cuerpo de un blanco, hecho que inquietó al Apartheid, aunque el Premier Botha y su cuadrilla no dijeron nada (para luego tratar de explotar con ‘ objetividad’ , los resultados). Pero la prensa internacional ya estaba mucho antes al tanto de la prohibición de trasplantes interraciales en Sudáfrica y alabaron la audacia de Barnard.
Las cosas sucedieron así: como el dentista Philip Blaiberg se hallaba grave en espera de un trasplante, el Dr. Hoffenberg desde Urgencias, había notificado al Dr. Barnard la defunción del joven negro, Clive Haupt y su corazón le fue implantado al dentista por el equipo de Barnard.
Cuando se dio la noticia, se dio con la típica brevedad como era costumbre en el hospital. Casi un telegrama, especificándose el nombre, la edad, origen, causa del accidente y algunos detalles del equipo, horas que duró la operación, etc... sin mayores comentarios, exceptuando él éxito mismo del trasplante. La prensa local y luego las agencias de noticias de la AP, a Reuter, pasando por ANSA, etc... destacaron en grandes titulares en especial un hecho: ¡EL CORAZÓN DE UN NEGRO LATIENDO EN EL PECHO DE UN BLANCO! Y ya el tema del color desbordó a la hazaña médica en sí, según veremos.
La mano derecha de Barnard: el cirujano negro Hamilton Naki
No vamos a revelar ningún secreto, por lo menos para muchos, pero es algo que como todo lo que hemos señalado antes conviene decirlo: a su lado Barnard siempre tuvo al cirujano negro Hamilton Naki, sudafricano (batusan de Transkei), que jamás figuraba en fotografías porque de otra forma pronto podían aparecer los policías blancos del Special Branch para arrasarlo todo.
Y Naki aprendió a desaparecer y no figurar jamás entre los miembros del equipo Barnard. Sin embargo su historia es una de las aventuras más extraordinarias del siglo XX.
Empezó como jardinero en la Universidad del Cabo, luego pasó a limpiar las jaulas del Departamento Médico y poco más adelante trabajó como anestesista de animales (en su mayoría perros y cerdos), presenciando cientos de operaciones. Y no sólo mirando, sino viendo y esa fue su universidad.
Naki usaba bata blanca y mascarilla como los demás, ganaba el sueldo de un técnico de laboratorio, el máximo que podía ganar sin alertar a los inspectores afrikaners, de cuya esporádica presencia en el hospital se escondió durante años. Había tenido que dejar la escuela a los 14 años y vivía en la cabaña de un ghetto negro. Jamás estudió medicina y cirugía... pero daba clases incluso a estudiantes blancos y por fin se transformó en auténtico cirujano, al que consultaban dudas muchos colegas blancos del hospital y algunos que habían sido alumnos suyos. El problema estaba en las leyes excluyentes de los racistas del Apartheid.
Según ellas, por supuesto, a los de color les estaba vedado operar pacientes, tocar órganos o sangre de blancos, tratar con las enfermeras, etc. bajo severas penas, que incluían a quienes se lo permitieran. Se hizo, por méritos propios, el segundo hombre más importante del equipo Barnard y estaba siempre a su lado, menos cuando aparecía un reportero.
Claro está que todo esto no se publicaba en la prensa, ni en los boletines del hospital, etc. Hamilton Naki sabía estar y no estar a la vez. En una ocasión un reportero, le tomó por descuido suyo una fotografía junto a Barnard y algún otro del equipo. Y una doctora blanca que estaba en el secreto, se dio cuenta y fue donde el reportero y le dijo: ‘ ...oye, ese negro que aparece el segundo a la derecha, es un empleado del servicio de limpieza que se coló en el grupo para aparecer en la foto’ . Y se salvó la delicada situación, colocando al intruso en su lugar.
Su labor fue decisiva en el primer trasplante de Barnard. Sin ella éste no hubiera sido posible, según lo hemos comentado...
Lo que hizo el régimen de Pretoria, después del trasplante del dentista Blaiberg -como venganza muy sutil y astuta- fue prohibir al Dr. Raymond Hoffenberg, médico australiano que había facilitado el corazón negro de Clive Haupt, el ejercicio de la docencia médica en hospitales sudafricanos bajo el ‘ Acta de Supresión del Comunismo’ . El Dr. Hoffenberg tuvo que dejar el departamento de Urgencias del hospital que estaba bajo su cuidado y tomar el primer avión hacia Australia. En las medidas tomadas por el gobierno afrikaner de Pretoria no se mencionaba ni Barnard, ni el donante negro.
Pero no fue casualidad que, como consultor del caso reciente del trasplante del corazón de Clive Haupt al dentista Blaiberg, el Dr. Hoffenberg fuera interrogado sobre qué seguridades tenía de que el joven donante negro, estaba del todo muerto y que su corazón podía utilizarse para el trasplante al receptor Dr. Blaiberg. Tal pregunta se la hicieron científicos afrikáner.
En definitiva, lo principal es que el equipo de Barnard cumplió todas las normas éticas no escritas y que el trasplantado duró dieciocho meses con el nuevo corazón. El Dr. Hoffenberg manifestó que de haber fallado la operación, con demora o sin ella, se hubieran tardado años en intentar algo así otra vez.
La cirugía norteamericana y la europea celosas del Tercer Mundo
En ese momento, la técnica quirúrgica del trasplante cardíaco era muy polémica y la muerte de Blaiberg alentó las dudas sobre su eficacia. El cirujano norteamericano Denton Cooley, el especialista que más trasplantes había realizado hasta ese momento dijo: ‘ mientras el Dr. Blaiberg estuvo con vida, todavía cabía una esperanza. Pero ahora debemos detenernos a reflexionar si debemos continuar por ese camino o no’ y el Dr. Barnard fue cuestionado.
Pero todavía fue peor el comentario del Dr. Adrian Kantrowitz, que había fracasado en dos tentativas de trasplante, quien se preguntó en voz alta: ‘ ¿Es lógico que un cirujano que se esfuerza en salvar una vida se convierta en una vedette de televisión y haga conjeturas sensacionalistas?’ . Y aún en junio de 1971, el doctor Escoffer-Lambiotte, que escribía en ‘ Le Monde’ , criticó a Barnard, sin nombrarlo, por experimentar con seres humanos ‘ despreciando numerosas enseñanzas experimentales’ . Se refirió asimismo a la vida sentimental del Dr. Barnard, acusándolo de poco convencional, superficial y frívolo, que se había convertido en un personaje de fama internacional a la que contribuyó su imagen atractiva y desenfadada, no muy en consonancia con la de un científico.
Las envidias surgieron especialmente en importantes hospitales de los Estados Unidos y de Europa, a pesar de lo meticuloso que Barnad se había mostrado en las donaciones de órganos.
Cierta prensa amarilla de Nueva York llegó a decir que Barnard, para encontrar un corazón ‘ sano’ y lograr un fácil trasplante, ’ mataba’ a los eventuales donantes... cuando no estaba siquiera a su cargo la misión de certificar la muerte del donante enfermo grave para quitarle el corazón. Eso dependía de Urgencias, Cuidados Intensivos o cualquier otro departamento que tuviera a su cuidado enfermos con problemas graves. Incluso hubo caricaturas y chistes en periódicos de la cadena Hearst. Tampoco se le concedió a Christiaan Barnard el premio Nóbel que esperaban sus allegados. Ni ese año ni el siguiente, ni nunca.
Muchos hospitales europeos y americanos declararon que tenían equipos y medios muy superiores a los que podía tener Sudáfrica, lo cual era cierto y aumentaba, sin quererlo los méritos de Barnard. Y los británicos, con Mrs. Thatcher al frente, fanática del Apartheid, se mostraron especialmente críticos. Es decir, se ensañaron. Dijeron que a los cirujanos ingleses les frenaban sólo consideraciones éticas y legales y sin pretenderlo pusieron al gobierno de Pretoria en aprietos, achacándole su política de ‘ dejar hacer’ , ignorando que Barnard era completamente independiente de Pretoria (y aparentemente ajeno a cualquier política). El Apartheid era ajeno a todas las fases de la misión del Dr. Barnard.
El premier Botha era muy vivo y aunque enemigo personal de Barnard, se sirvió de su equipo gracias al South African Medical Journal que controlaba. Y en el número del 30 Diciembre 1967, con editoriales, artículos y fotos de las operaciones efectuadas en un hospital de Sudáfrica (sin mencionar cuál), el gobierno de Pretoria declaró que permitía a todo tipo de gentes tratamiento y hasta trasplantes. Botha, defensor fanático del sistema del Apartheid: fue primero ministro de la defensa en 1966 y cuando el primer ministro B. J. Vorster dimitió, en 1978, Botha se convirtió en primer ministro. En l984 fue elegido presidente de Sudáfrica. En l989, dimitió por enfermedad
Entonces el nuevo presidente, por presión interna e internacional, se vio obligado a desmantelar el Apartheid y entabló negociaciones con el Partido del Congreso y ya el país, ese mismo año, conoció el rostro de Nelson Mandela.
La historia del corazón negro en el pecho del blanco causó un tremendo efecto psicológico en Sudáfrica, el mayor en decenas de años antes y recorrió el mundo como mensaje antirracista per se. Lamentablemente la policía del peor Apartheid aparecía cada vez más en los ghettos negros, lo cual fue el mejor síntoma de miedo al cambio que se avecinaba con sangre y lágrimas.
No obstante todas las diatribas, celos e insultos, la medicina había ganado, aunque también hay que decir que el ‘ boom’ de los trasplantes fue malo: en 1968 se llevaron a cabo 107 trasplantes realizados por 64 equipos en 24 países, demasiados, hasta que las cosas volvieron a su cauce pronto. Era indudable que, con todas las garantías médicas y morales el hecho del trasplante era un tremendo avance para la humanidad aunque había retardatarios que no lo consideraban así. Por ejemplo, el veterano comentarista inglés y ex-diputado católico Malcolm Muggeridge seguía considerando los trasplantes como ‘ operaciones encubiertas que traspasan los límites de las calidades espirituales de la vida humana’ y calificándolos como ‘ la degradación final de nuestra vida cristiana’ . La discusión se pasaba a terrenos político-religiosos interesados.
En 1979, a pesar de la insistencia de colegas de alto rango, Barnard se negó en redondo a participar en un equipo internacional que pretendía realizar un trasplante de cabeza humana, por considerarlo impracticable y ‘ a todas luces y con toda seguridad inmoral’ . Era la imitación de uno parecido (con perros) que se había logrado en Moscú. Esa negativa pública rotunda de Barnard le hizo recuperar en parte el honor y la fama
negativa que había ganado en sus trasplantes. Su negativa rotunda mostraba que era incierto que Barnard era capaz de intentar cualquier aventura quirúrgica por subir al podium de la fama.
Y aunque damos el número de trasplantes que barajan todas sus biografías, lo hacemos con reservas. Nuestro cálculo es que éstos no superaron los 70 en número, muchos de ellos realizados gratuitamente. Se hizo muy amigo de Emmanuel Vitria, operado en Francia en 1968 y le visitaba en París. Con corazón ajeno Vitria vivió 18 años, y le contestaba a todas sus preguntas, algunas angustiosas. Murió en 1987, pocos días antes de que Christiaan llamara a su puerta...
Barnard saludó con esperanza la aparición de la ciclosporina en 1972, con sus propiedades inmunodepresoras únicas, elaborada de un extracto de hongo encontrado en Noruega, que no llegó para sus trasplantes y empezó a usarse sólo en 1983.’ ¡Qué 13 años perdidos!’ ... se lamentaba Barnard y siguió día a día los avatares del corazón artificial neumático del Dr. Robert Jarvik, implantado por primera vez en 1982, año fatal, porque de hecho sus manos no podrían manejar el bisturí más. El ‘ Jarvik’ no le entusiasmaba.
El Marqués de Villaverde llama a Madrid (1975) al Dr. Barnard para salvar al general Franco.
En octubre de 1975 (cuando Barnard estaba todavía en el cenit y en forma) le ocurrió algo increíble. Su colega español el Dr. Martínez Bordiú, Marqués de Villaverde, quien se había interesado en los trasplantes e incluso lo practicó por lo menos el primero (¡el primer trasplante de corazón que se practicaba en España, por el Eminente Dr. Martínez Bordiú, yerno del general Franco!). Menudo golpe de efecto. Lamentablemente se dijo poco o nada. El paciente Juan Alfonso Rodríguez Grillé duró escasas horas.
Pero el Marqués estaba tan enganchado por el tema que escribió, por medio de un amigo común, al Dr. Barnard a Sudáfrica, rogándole que viajara a Madrid.
La segunda esposa de Christiaan, la bellísima multimillonaria de 19 años, de origen austriaco, Barbra Zoellner, (él acababa de cumplir los 59) insistió tanto para que su marido fuera a España... porque él necesitaba unas vacaciones, un cambio, lucía cansado, etc... que Christian accedió de mala gana. Así que juntos hicieron el viaje.
Ese ‘ amigo común’ , al parecer no franquista, auque ‘ amigo de los amigos’ del régimen español, contó lo básico de ese absurdo viaje en el que el Dr. Martínez Bordiú no habló al Dr. Barnard una palabra de trasplantes.
Eduardo Barreiros organizó una cacería en honor del Dr. Barnard y su joven esposa, en su lujoso coto de Ciudad Real. A la misma asistieron los personajes típicos del régimen, los marqueses de Villaverde, Manuel Arburua, Alfonso Fierro y la banda. Al final Barreiros regaló a la señora de Barnard un abrigo de visón.
Sólo Bordiú debió saber el motivo de aquella tragicomedia, pues el Generalísimo estaba ya en las últimas. Quizás el marqués pensó en un trasplante como último remedio o tal vez quería decir al pueblo español que se había hecho todo lo humanamente posible por salvar al Caudillo y hasta había convocado a Barnard para hacer un último intento. A pesar de que Franco pasó esa madrugada del 23 de octubre 1975... por una insuficiencia cardiaca crítica, nadie pidió a Barnard que le visitara. Tampoco él mostró interés. Misterio.
La historia de los trasplantes es larga, históricamente el hombre primitivo lo hacía a su manera. La hazaña de Christiaan Barnard rompió los moldes de la medicina moderna
‘ Y el mago del corazón -terminaba el que organizó toda aquella farsa- se fue por donde había venido, después de asistir como invitado de piedra a una cacería, la última del franquismo...’
Barnard ‘ playboy’ , según su definición: sus idilios con Gina Lollobrigida y Sofía Loren
El Dr. Barnard siempre mantuvo la imagen arquetípica de un eminente cirujano que ama la vida. Joven y apuesto, en los días más felices de los años 60 y 70 pasaba parecida cantidad de tiempo en clubes nocturnos o en quirófanos, pero rechazaba el calificativo de ‘ playboy, ’ si eso significa que ‘ soy alguien que malgasta una fortuna sin trabajar, ni producir y sin problemas’ . Interpretación errónea de ‘ playboy’ que puede ser también alguien forrado de dinero.’ Yo soy alguien que quizás haya obtenido mejores resultados que otros en el trabajo, sin renunciar a mi estilo de vida, que llevo a pesar de todas las preocupaciones que me asaltan’ .
En su primera jira por Europa fue recibido con honores en todo lugar que visitó. Incluso fue recibido por el Papa en Roma. Sofía Loren y Gina Lollobrigida, sobre todo. Ellas fueron según la prensa del corazón, no sólo dos bellas mujeres a las que saludó sino que mantuvo relaciones íntimas.
Claro que esa prensa dejaba de lado el hecho de que de ser verdad lo que decía alguno de los centenares de paparazzi que les acechaba por cuenta de los periódicos, las agencias... y las actrices mismas y sus agentes (mayormente interesados en publicidad escandalosa y en sacar pecho), hubieran publicado alguna instantánea siquiera borrosa de las divas en brazos del ‘ monstruo’ de los transplantes. Una foto de Gina y el Dr. Barnard besándose hubiera alcanzado un precio en oro y todo lo que aparecía en revistas del corazón hubiera sido válido.
La privacidad era del grosor de un papel de fumar y por eso el criterio sobre las aventuras de Barnard como conquistador y rompecorazones en Europa tuvo el tinte de lo artificial, de lo prefabricado, desde cualquier ángulo que se lo mire. No era genuino y por tanto tampoco tema predilecto en ‘ Momento’ (Caracas). Y todo ese capítulo lo dejábamos los que allí trabajábamos para la prensa no amarilla y hoy después de tantos años no son tampoco noticia especial para nuestra web, si lo comparamos con lo que el personaje central fue durante toda su vida. Lo sentimos por la Lollobrigida y la Loren. A no ser que el ADN mostrara a Christiaan Barnard como padre de un bebé de Sofía Loren. Eso sí hubiera sido noticia.
Cuando publicó su libro ‘ La Máquina del Cuerpo Humano’ Barnard comprendió que la vida de cirujano había terminado para él sin remedio porque la artritis no daba tregua a sus dedos. Entonces decidió marcharse de Sudáfrica y dijo que se iba ‘ para siempre’ . El hecho fue calificado como desgracia nacional por un periodista simpatizante y entonces Barnard contestó que cualquiera de su equipo poseía la técnica, los conocimientos científicos y la experiencia, para proseguir su labor: ‘ Cambiar las válvulas, practicar junturas coronarias y luchar contra el rechazo está al alcance de todos’ . Y urgió para conseguir donantes, una labor que todos podían hacer. Donantes.
Además ya se había comprobado en laboratorio los efectos contra el rechazo de la ‘ Ciclosporina’ y el fármaco sería una ayuda importante en breve, así que se iba tranquilo, aunque triste

La información original pinchando aquí (Globedia)

solo quiero un comentario sobre este artículo, de unas 30 líneas máximo, sobre todo con tus reflexiones

y homenaje a Mandela y al Dr. Naki, en este movido video de los Specials Aka

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